En el final de mis lamentos,
eran casi finales de febrero,
hastiado de tantos malos momentos,
no me quería ni mi llavero.
En mis excesos de sufrimientos,
sequía de lágrimas, no tenía ni un perro,
justo en el límite de mis inciertos,
llegaste tú, con tu amor siniestro.
En el día de mi entierro,
en los últimos instantes de duelo,
casi bajándonos al subsuelo,
se te ocurre llegar y darme un consuelo.
En mi entrevista final para ir al infierno,
en el ultimo suspiro, en mi ultimo sueño,
en mi punto apárte de mi ultimo soneto,
le diste luz a mis días y solo con un beso.
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